18 de Abril de 2024

Piedra Imán

Manuel Zepeda Ramos

Calcáneo

Familia. Núcleo nacional, diría ahora el lugar común.

Para los mexicanos es referencia obligada. Es difícil que alguna familia mexicana no tenga al menos un elemento que recuerde el origen de lo que son. Fotos, documentos legales, cartas de todos los tenores, fetiches. Memoria presente y constante. Nostalgia pura.

Mi familia no escapa a estas consideraciones. En mi casa mayor también ha sucedido.

María y Rafael son custodios de la memoria familiar. Con gran celo y profundo amor, conservan y mejoran la iconografía de más de un siglo. Tesoro valioso que lo enseñan a la descendencia.

Eraclio ha plasmado en sus novelas la historia familiar y la hace pública porque ya es materia de consulta obligada al entretejer la vida de la casa con la historia de nuestra tierra.

Pero no lo aprendieron de repente.

 

Es el resultado de oír todas las noches desde la casa paterna, desde la casa de mi abuela Lola, pláticas nocturnas eternas en boca de grandes narradores que fueron mis tías Juana y Luz, mi tío Manuel y mi padre Eraclio. Todos los hijos de Papá, el único que tuvo hijos, aprendimos desde la edad temprana y a lo largo de nuestra vida lo que hemos sido. La gran conversa de nuestros mayores ponía los puntos sobre las íes en la memoria familiar. Todos abrevamos porque, platicando y platicando, tomábamos el dictado de la ruta familiar que se ha quedado para siempre en nuestras mentes, esas clases de verdad sobre la historia de la casa que ahora repetimos, también cotidianamente, a nuestros hijos, nietos e invitados que nunca faltan y que gozan como nosotros estas pláticas de familia que aprendimos a decirlas fluida y armónicamente interesantes, gracias a la vocación de contar la historia que tuvieron nuestros mayores y que fueron enseñadas por sus antecesores.

Las familias chiapanecas son muy grandes.

Me impresiona el árbol genealógico de mi cuñado Nizaleb quien, en veneración eterna, lo tenía en la parte más visible de su biblioteca para observarlo día con día. Un Guanacaste frondoso cuyo tronco y ramas leñosas albergaban a la gran familia Corzo en más de 200 años de existencia, con don Ángel Albino dándole símbolo a la gran mata.

Hoy fue el turno de mi familia materna.

La convocatoria bien hecha de mi prima Blanca, hija de la ahora matriarca Candita Calcáneo Palavichini de Orduña, con el apoyo eficiente de mi hermana María, nos llevó a un gran contingente familiar a la capital de Chiapas.

Hasta Tuxtla Gutiérrez fuimos la inmensa mayoría de los descendientes de mi bisabuelo Pedro Quintín Calcáneo Padrón y mi bisabuela María Isidra Lazo Ordóñez, a convivir y a recordar.

Los nietos de Juventina, María Isidra, Quintín, Carmen, Francisco, Ricardo, Lucía, Rogelio, Concepción, Tomás, Guadalupe y Maruca Calcáneo Lazo, todos tabasqueños nacidos en Tapijulapa y Teapa, nos juntamos por vez primera.

Fue una convocatoria inolvidable.

La fotografía del 1900 que preserva la memoria de la familia joven Calcáneo Lazo tomada en Teapa se une a otra fotografía tomada en la costa chiapaneca, en Villa Comaltitlán —ahora Pueblo Nuevo Comaltitlán—, 21 años después. Toda la familia desplazada hasta aquella región Chiapaneca —a excepción de Lucía, casada con César Melo que se quedó en Teapa—, con sus respectivas parejas y primeros descendientes, presagiaba ya la gran familia que 12 hijos de los Calcáneo Lazo habrían de procrear en tierras chiapanecas.

Esas dos fotografías, ahora emblemáticas del encuentro, las reprodujo el oficio de mi hermano Rafael en la preservación de la memoria familiar junto con la visión de miras de mi tía Marza Elorza Calcáneo de Toriello, quien previendo este encuentro afortunado le proporciona a mi hermano los documentos gráficos.

El momento cumbre y la nota de la reunión, dirían los reporteros, fue durante los discursos.

Mi prima Blanca, agradeciendo la buena convocatoria familiar y mi tía Marza recordando un dato que se vuelve necesariamente importante e histórico.

La presencia de la familia tabasqueña Calcáneo Lazo en las nuevas tierras, en la finca familiar de Villa Comaltitlán, hizo posible que su experiencia calificada en el cultivo del plátano pudiera ser legado necesario y suficiente para el Soconusco chiapaneco. Fue la familia Calcáneo Lazo, con el tío abuelo Quintín a la cabeza, la pionera en el cultivo del plátano para esa región de gran riqueza en el campo chiapaneco, explotación que se ha convertido en insignia de la producción agrícola en la tierra de mis mayores. Un monumento al respecto, en Pueblo Nuevo Comaltitlán, avala la hazaña agrícola realizada.

Es la familia, el principal apoyo del futuro del hombre.

Es la familia Calcáneo, familia visionaria.