18 de Abril de 2024

Piedra imán

Manuel Zepeda Ramos

Semana Mayor

Recuerdos. No hay quien, en este mundo, no tenga algún recuerdo, tal vez desagradable y lo lamento, de sucesos en la semana más importante de los creyentes. Todos habrán de acordarse siempre de la Semana Santa porque sencillamente, en la diversión o en el claustro del retiro religioso, hay recuerdos agradables.

 

En mi caso traigo muchos cargando y los recuerdo con agrado porque siempre fueron bien venidos.

El más antiguo fue cuando me confirmaron. En la capital de Chiapas no había obispo porque San Cristóbal era la sede pastoral. El obispo, si mal no recuerdo don Lucio Torreblanca y Tapia, bajó a Tuxtla dentro de su trabajo pastoral y, no obstante que era la Semana Mayor, tuvo tiempo para confirmar. Recuerdo claramente la “cachetada” de rigor, al lado de mi madre que fungió como testigo del acto, compartiéndolo con varias decenas de niños de Tuxtla y de sus alrededores que pasaron por lo mismo.

Mi primaria la hice en un colegio confesional, seguidores de San Juan Bosco. Nuestros colores del diario eran, como siguen siendo hasta la fecha en colegios de este tipo, azul rey y blanco. El de gala era azul marino y blanco, que nos lo poníamos en las grandes ocasiones, para desfilar o para recibir los premios merecidos en la fiesta de final de año. Allí tuve -tengo-, amigos entrañables. Uno de ellos, Miguel López Camacho, actual secretario de la Función Pública en el estado de Chiapas, me invitó en 1960 a pasar la Semana Mayor en su pueblo, Tapilula. Fuimos de visita a La Punta, el rancho de la familia López Camacho que manejaban don Gerardo y su hijo Jorge, ambos finados, montados a caballo desde Tapilula pasando por Ixhuatán. Fuimos al río a nadar, lo que hacíamos muy bien, en un caudal de leyenda como todos los de esa región chiapaneca, con pozas profundas y aguas de color jade, con pescados nadando alrededor de los bañistas. Fuimos, por supuesto, a toda la liturgia de la Semana Santa en la iglesia del pueblo construida hacía más de 200 años, cuya techumbre era de madera cerchada, haciendo armaduras eternas de palo de aguacate cubiertas de teja roja recocida, fabricada allí mismo en grandes hornos de leña.

Estuvimos en la iglesia todo el jueves y el viernes, viviendo lo que vivió Jesucristo desde el lavatorio hasta su crucifixión. Estuvimos el sábado desde poco antes de la media noche esperando la gloria por la resurrección. El sacerdote, muy inteligente y excelente orador, estuvo preparando el momento de la fiesta y la algarabía, hablando de los pasajes tradicionales de ese momento. Llego un tiempo en que el señor cura nos dijo, palabras más palabras menos, que la resurrección  “es la gran fiesta de los creyentes porque significa la inmortalidad de Dios hijo y su partida al cielo para reunirse con su Padre. Hay que esperar las señales que anuncian su inmortalidad.”, lo recuerdo como si fuera hoy. Ni bien había terminado de mencionar esas palabras, cuando las señales se hicieron presentes con la llegada de  un tremendo temblor oscilatorio de más de 5 grados Richter que hizo que todo el techamen y la estructura de madera, junto a los eternos muros de piedra construidos desde hace tiempo, crujieran de una manera impresionante, imposibles de olvidar. Habíamos en el templo más de mil fieles devotos esperando la gloria del señor. No quedó uno solo ante el temor de que un travesaño de aguacate, madera muy dura, o una teja colocada a más de 12 metros de alto cayera sobre nuestras cabezas y provocara algún desaguisado. Afortunadamente “no llegó el agua al río”. 10 minutos después, regresamos todos a la iglesia a esperar la llegada de la resurrección aunque esta vez, por vez primera tal vez en la historia de Tapilula, haya empezado la ceremonia algunos minutos tarde.

Pasó el tiempo y nos hicimos adolescentes.

Los sitios de celebración se trasladaron a La Zacualpa, la finca de mi padre que era la finca de varias generaciones de Zepeda; o a la playa de Puerto Arista, el sitio lúdico más importante del estado durante la Semana Mayor, a donde hombres y mujeres llegábamos a olvidarnos del mundo, algunos a cambio de relaciones nunca sucedidas en nuestras ciudades de origen, lanzando a la gran ola de la espléndida playa inhibiciones despojadas por la lejanía de la casa paterna ante un lugar alcahuete que te provocaba. Por supuesto, la Pasión y el retiro respetable por el suceso que ha marcado a la historia del hombre, pasaba a segundo plano.

Pero esto se los cuento en otra ocasión.