24 de Abril de 2024

Manuel Zepeda Ramos

De la patada

Mundial, el de Brasil, para este servidor suyo, ha sido la justa futbolística del Orbe más significativa de los últimos tiempos, para no decir que de toda la historia.

Se rompió, por principio de cuentas, el tabú que engrandecía al continente americano acerca de que ningún país de Europa y del Mundo podía ganar una justa de estas dimensiones en nuestro continente, asunto de propiedad indiscutida para un país oriundo de sus tierras. Alemania, la poderosa escuadra teutona, se llevó la copa áurea después de derrotar por la mínima diferencia al equipo de Argentina, que luchó hasta el fin pero perdonando, lo debo de decir, al fallar goles hechos que pudieron generar un marcador diferente al sucedido.

 

El anfitrión fue humillado como nunca en la historia de los Mundiales, el Maracanazo de los cincuentas es ahora juego de niños comparado con la tremenda goliza que los actuales campeones le recetaron al equipo de Pelé, Ronaldo, Ronaldinho, Cacá y Roberto Carlos. Sabiendo del poderío brasileño, esa goliza habrá de perdurar para siempre en el imaginario colectivo brasileño y del Planeta, como una afrenta tan o más tremenda que la dictadura militar del siglo XX.

En lo político y social, no puede pasar desapercibido la inconformidad generalizada por la sociedad brasileña en torno a la construcción del Mundial en su territorio. Pasó de la euforia, también generalizada, por haber obtenido la sede con el correspondiente engrandecimiento de Lula como un presidente visionario que además de transformar la economía de su pueblo para beneficio de las mayorías -así se decía en todo el Mundo-, llevaba el Mundial y las Olimpíadas al país con mayores reservas -todavía- bióticas en el Planeta; a un país en protesta generalizada por los desmanes en la construcción de los estadios que reflejó corrupción y falta de tacto, ante un pueblo que reclamaba otros satisfactores además del deporte, urgentes y necesarios.

Hay quien afirma que fue un mal cálculo de las autoridades brasileñas.

Con el Mundial en el territorio y con la verde amarela arrasando en la construcción de su sexta copa hasta conquistarla, el triunfo electoral estaba asegurado para el Partido Popular, en un país en donde el fútbol es religión y todo. La celebración de los Juegos Olímpicos en Río de Janeiro habrían de convertirse en la cereza del pastel que corroboraría que habría poder socialista para mucho tiempo.

Dios dispone pero viene el diablo y todo lo descompone.

Felipao Scolari, otrora triunfador mundialista, falló, tendrá que comerse solo toda la derrota que se acompaña con el titipuchal de goles que consolida la incredulidad popular. Y si no falló, ahora ya es el origen de la derrota, con él se van muchos culpables que a lo mejor ya no aparecerán en aras de la buena marcha nacional.

Manaos, la puerta de entrada a la selva por el Río Amazonas, el sostenedor de la economía brasileña del siglo XIX y principios del XX, ahora relegada a una región olvidada sin valorar que el turismo de naturaleza y aventura hoy es el más importante del planeta por todo lo que ofrece al quedar definidas las rutas fluviales que el poderío minero trazo en sus momento, se ha convertido en el negro en el arroz. La crítica dice que cómo es posible que en ese lugar inhóspito y retirado de las grandes ciudades se haya construido un estadio de 50 millones de dólares para que celebraran únicamente cuatro partidos y nada más, sin tomar en cuenta que ese estadio pudiera convertirse en una célula importante para el desarrollo de esa zona antiguamente pujante para convertirse en un territorio del fútbol, uno más de los territorios brasileños que han hecho de ese deporte su insignia fundamental ante el Mundo. Pensando positivamente, ¿Por qué no pensar que en unos años Manaos habrá de tener un equipo en la liga brasileña y una cantera importante para el futuro de ese deporte?   

En los próximos días habremos de ver los resultados de la derrota.

En este Mundial sólo perdió Brasil, la FIFA aumentó considerablemente sus divisas, ahora descubierta como revendedora sin escrúpulos; también perdieron algunos paisanos quienes, por contratar con agencias de viajes patito se quedaron varados, en México o en Brasil, o sin poder entrar a los estadios, porque los boletos se hicieron aire.

Ojalá que los 180 mil efectivos de la policía nacional utilizados en el mundial encuentren sosiego después de la contienda y regresen a sus cuarteles.

Habrá que ver cómo le va al partido de la presidenta que es el mismo de Lula.

En dos años habrá Olimpíadas y la crítica feroz ya dice que hay retraso, como se decía con el Mundial. 

La guerra del fútbol entre Honduras y El Salvador es asunto del pasado.

 

¡Rusia a la vista!